Complejo de Jonás (miedo a nuestra propia grandeza)
Esperando se encuentren muy bien quiero compartir algo que me ha estado rondando la cabeza desde hace algunos días en una sucesión de pensamientos que desencadenó una melodía que me compartieron y que tenía sonidos de ballenas. Una cosa llevó a otra y recordé algo que leí en un libro de Maslow acerca de Jonás, aquel personaje de la Biblia que por evadir la petición que le hizo Dios fue tragado por una ballena, así que me dí a la tarea de buscar en qué parte del libro "La personalidad creadora" venía y acá les transcribo algunas de las partes que considero importantes para tratar de entender porqué a veces le tenemos miedo a nuestra grandeza, a expresarnos y experimentarnos desde lo sagrad@s y grandes que somos. Me gusta particularmente cuando menciona a Huxley, y pues se los dejo, a ver qué descubren.
Quisiera dirigir mi atención hacia una de las muchas razones de lo que
Angyal denominó la evasión del crecimiento. Todos tenemos un impulso
hacia el propio perfeccionamiento, un impulso hacia una mayor actualización
de nuestras potencialidades, hacia la autorrealización, la plena
humanidad, plenitud humana o como se le quiera llamar. Concedido esto, ¿qué nos
lo impide? ¿Qué nos bloquea?
Una de estas defensas contra el
crecimiento, a la que desearía referirme en especial porque no se ha reparado
mucho en ella es la que voy a denominar "el complejo de Jonás".
En mis apuntes
califiqué en un principio a esta defensa de «miedo a la propia grandeza»
o «evasión del propio destino» o «huida de nuestros mejores talentos».
Quería subrayar, tan lisa y llanamente como me fuera posible, el punto de vista
no-freudiano según el cual tememos tanto a lo mejor como a lo peor de
nosotros mismos, aunque de modo diferente. La mayoría de nosotros
podríamos ser mejores de lo que en realidad somos. Todos tenemos
potencialidades sin usar o sin desarrollar plenamente. En realidad, muchos de
nosotros esquivamos las vocaciones (llamada, destino, tarea o misión en la
vida) sugeridas por nuestra constitución. Tendemos a rehuir las
responsabilidades dictadas (o más bien insinuadas) por la naturaleza, el
destino, incluso a veces por accidente, tal como Jonás intentó —en vano—
escapar de su destino.
Tememos a
nuestras máximas posibilidades (así como a las más bajas). Por lo general
nos asusta llegar a ser aquello que vislumbramos en nuestros mejores momentos,
en las condiciones más perfectas y de mayor coraje. Gozamos e incluso
nos estremecemos ante las divinas posibilidades que descubrimos en nosotros en
tales momentos cumbre, pero al mismo tiempo temblamos de debilidad, pavor y
miedo ante esas mismas posibilidades.
Todavía he
tropezado con otro proceso psicológico en mis exploraciones sobre el
fracaso en la realización del yo. Esta evasión del crecimiento puede
generarse a causa del miedo a la paranoia, algo que ya se ha dicho en un
lenguaje más universal. Las leyendas prometéicas y fáusticas están presentes en
prácticamente todas las culturas. Los griegos, por ejemplo, lo denominaron
miedo a "hybris" (orgullo
desmesurado, soberbia desmedida). También se lo ha calificado de «orgullo
pecaminoso», lo que es por cierto un problema humano permanente. Quien se dice:
“Sí, seré un gran filósofo, reescribiré a Platón y lo haré mejor” debe, tarde o
temprano, quedar anonadado ante su propia ambición y arrogancia. Especialmente
en sus momentos de debilidad se dirá: “¿Quién? ¿Yo?” y pensará que todo eso no
es más que una loca fantasía o temerá incluso que sea un delirio. Al comparar
el conocimiento que tiene de su yo íntimo, con todas sus debilidades,
vacilaciones y defectos, con la imagen brillante, resplandeciente, perfecta y
sin tacha que tiene de Platón, se sentirá presuntuoso y rimbombante. (De lo que
no se percata es de que cuando Platón hacía examen de conciencia debió de
sentirse consigo mismo de igual manera, pero continuó su camino a pesar de
todo, superando sus dudas sobre sí mismo.)
Para algunos,
esta evasión del crecimiento personal, estableciendo bajos niveles de
aspiración, el miedo a hacer aquello que podemos hacer, la auto mutilación
voluntaria, la pseudo estupidez y la falsa modestia son, en realidad, defensas
contra los delirios de grandeza, la arrogancia, el orgullo pecaminoso, la
hybris. Los hay que son incapaces de conseguir una integración elegante de
humildad y orgullo, imprescindible para el trabajo creativo. Para
inventar o crear es necesario poseer la «arrogancia de la creatividad» que
muchos investigadores han señalado. Pero si únicamente se tiene arrogancia sin
humildad, entonces se es un paranoico. Debemos ser conscientes no sólo de
las posibilidades divinas en nosotros, sino también de las limitaciones humanas
existenciales. Hemos de ser capaces de reímos a la vez de nosotros mismos y
de toda pretensión humana. Si encontramos divertido al gusano que intenta ser
un dios, tal vez nos sea posible continuar en nuestro empeño y ser arrogantes
sin temor a la paranoia o a que la desgracia se cierna sobre nosotros. Es una
buena técnica.
Si se me
permite, citaré otra técnica semejante que he visto practicar mejor que a nadie
a Aldous Huxley, quien ciertamente era un gran hombre en el sentido que he
estado precisando, un hombre que sabía aceptar sus talentos y usarlos al
máximo, cosa que logró gracias a su perpetuo asombro ante lo interesante y
fascinante que era todo, así como a su capacidad de maravillarse como un niño
ante el carácter mágico de las cosas, exclamando con frecuencia: «Extraordinario,
extraordinario!» Sabía contemplar el mundo con los ojos bien abiertos, con una
desenfadada inocencia, con reverencia y fascinación, todo lo cual viene a ser
una especie de confesión de pequeñez, una forma de humildad. Pero luego se
entregaba con calma y sin miedo a las grandes tareas que se había impuesto.
Por último,
remito al lector a un ensayo mío, importante en sí mismo, aunque también como
el primero en una posible serie. Su título, «La necesidad de conocer y el miedo
al conocimiento», ilustra bien lo que quiero decir acerca de cada uno de los
valores intrínsecos o últimos que he denominado Valores-del-Ser. Lo que
intento decir es que estos valores últimos, que también considero como las
necesidades supremas o meta necesidades, caen, como todas las necesidades
básicas, dentro del esquema freudiano fundamental de impulso y defensa frente a
éste. Por consiguiente, es ciertamente demostrable que necesitamos la verdad,
que la amamos y buscamos. Sin embargo, es igualmente fácil demostrar que al
mismo tiempo nos asusta conocer la verdad. Ciertas verdades, por ejemplo,
automáticamente acarrean responsabilidades que pueden producir angustia. Un
modo de eludir la responsabilidad y la angustia consiste, sencillamente, en
evadir la conciencia de la verdad.
...me parece que
todos debemos hacer las paces con estos impulsos negativos interiores a
nosotros mismos. Mi impresión hasta ahora es que el mejor modo de
lograrlo es transmutando la envidia, los celos, el presentimiento y la
bajeza en admiración humilde, gratitud, aprecio, adoración e incluso
reverencia mediante la percepción consciente y la elaboración. Este es el
camino hacia los sentimientos de pequeñez, debilidad e indignidad, y hacia la
aceptación de esos sentimientos en lugar de la necesidad de proteger, mediante
el ataque una autoestima falsamente elevada.
Me parece obvio,
una vez más, que la comprensión de este problema existencial básico
debe ayudamos a incorporar los Valores del Ser, no sólo en otros sino también
en nosotros mismos, contribuyendo así a solucionar el complejo de Jonás.
María Eugenia Márquez LeónLic. en Sociología, Promotora en Desarrollo Humano, Terapeuta Humanista y Transpersonal con Formación en Sabiduría Indígena, Númerología Tántrica y Astrología Evolutiva, Moon Mother Nivel 2, Tejedora de círculos de mujeres, Consultora en Desarrollo Organizacional y Coach Ejecutivo