sábado, 30 de enero de 2021

Ananda y la observación paciente


Hay momentos en que pasan cosas y la vida se pone turbia, pareciera que todo pierde sentido; nos descolocamos y no sabemos cómo reaccionar. En esos momentos lo mejor que podemos hacer es "no hacer" y parar, observar, ser pacientes y confiar en que el las aguas volverán a ser claras en algún momento. 
Para ejemplificar ésto les comparto esta bella historia de Buda y su discípulo Ananda  (del sánscrito आनन्दānanda, alegría, felicidad suprema) que espero les guste.

"En un caluroso día de verano, Siddhartha Gautama estaba atravesando un bosque junto a su principal discípulo, Ananda. Sediento, el Buda se dirigió a su acompañante:
-Ananda, hace algo más de una hora cruzamos un arroyo. Por favor, toma mi cuenco y tráeme un poco de agua. Me siento muy cansado — el Buda había envejecido.
Así lo hizo Ananda. Deshizo sus pasos, pero cuando llegó al arroyo, acababan de cruzarlo unas carretas tiradas por bueyes que habían removido las hojas muertas y el cieno, enturbiado el agua y convirtiéndolo en un lodazal. Este agua ya no se podía beber; estaba demasiado sucia. Así que Ananda regresó junto a su maestro, con el cuenco vacío.
-Tendrás que esperar un poco — dijo Ananda — . Iré por delante. He oído que a sólo cuatro o cinco kilómetros de aquí hay un gran río. Traeré el agua de allí.
Pero Buda insistió:
-Regresa y tráeme el agua de ese arroyo.
Ananda quedó perplejo, no podía entender la insistencia, pero si su maestro lo solicitaba, él, como discípulo, debía obedecer. Así que volvió a tomar el cuenco en sus manos y se dispuso a iniciar el camino de regreso al arroyo.
-Y no regreses si el agua sigue estando sucia — dijo Buda — . No hagas nada, no te metas en el arroyo. Simplemente siéntate en la orilla en silencio y observa. Antes o después el agua volverá a aclararse, y entonces podrás llenar el cuenco.
Molesto, Ananda volvió hasta allí, descubriendo que su maestro tenía razón. Aunque aún seguía algo turbia, el agua estaba visiblemente más clara. De modo que se sentó en la orilla, observando pacientemente el flujo del río.
Poco a poco, el agua se tornó cristalina. Ananda tomó el cuenco y lo llenó de agua, y mientras lo hacía, comprendió que había un mensaje en todo esto. Ahora podía comprender.
Rebosante de júbilo, Ananda regresó bailando hasta donde estaba Buda, entregándole el cuenco y postrándose a los pies de su maestro para darle las gracias.
-Soy yo quien debería darte las gracias, me has traído el agua — dijo Buda.
-Volví enojado al río — contestó Ananda — , pero sentado en la orilla, he visto como mi mente se aclaraba, al igual que el agua del arroyo. Si hubiera entrado en la corriente, se habría enturbiado de nuevo. Si salto dentro de la mente, genero confusión, empiezan a aparecer problemas. He comprendido que puedo sentarme en la orilla de mi mente, observando todo lo que arrastra: sus hojas muertas, sus dolores, sus heridas, sus deseos… Despreocupado y atento, me sentaré en la orilla y esperaré hasta que se aclare. Por eso, maestro, yo te doy las gracias."

María Eugenia Márquez León
Lic. en Sociología, Promotora en Desarrollo Humano, Terapeuta Humanista y Transpersonal con Formación en Sabiduría Indígena, Númerología Tántrica y Astrología Evolutiva, Moon Mother Nivel 2, Tejedora de círculos de mujeres, Consultora en Desarrollo Organizacional y Coach Ejecutivo

domingo, 17 de enero de 2021

Complejo de Jonás (miedo a nuestra grandeza)


Complejo de Jonás (miedo a nuestra propia grandeza)


Esperando se encuentren muy bien quiero compartir algo que me ha estado rondando la cabeza desde hace algunos días en una sucesión de pensamientos que desencadenó una melodía que me compartieron y que tenía sonidos de ballenas. Una cosa llevó a otra y recordé algo que leí en un libro de Maslow acerca de Jonás, aquel personaje de la Biblia que por evadir la petición que le hizo Dios fue tragado por una ballena, así que me dí a la tarea de buscar en qué parte del libro "La personalidad creadora" venía y acá les transcribo algunas de las partes que considero importantes para tratar de entender porqué a veces le tenemos miedo a nuestra grandeza, a expresarnos y experimentarnos desde lo sagrad@s y grandes que somos. Me gusta particularmente cuando menciona a Huxley, y pues se los dejo, a ver qué descubren.

Quisiera dirigir mi atención hacia una de las muchas razones de lo que Angyal denominó la evasión del crecimiento. Todos tenemos un impulso hacia el propio perfeccionamiento, un impulso hacia una mayor actualización de nuestras potencialidades, hacia la autorrealización, la plena humanidad, plenitud humana o como se le quiera llamar. Concedido esto, ¿qué nos lo impide? ¿Qué nos bloquea?

 Una de estas defensas contra el crecimiento, a la que desearía referirme en especial porque no se ha reparado mucho en ella es la que voy a denominar "el complejo de Jonás".

 En mis apuntes califiqué en un principio a esta defensa de «miedo a la propia grandeza» o «evasión del propio destino» o «huida de nuestros mejores talentos». Quería subrayar, tan lisa y llanamente como me fuera posible, el punto de vista no-freudiano según el cual tememos tanto a lo mejor como a lo peor de nosotros mismos, aunque de modo diferente. La mayoría de nosotros podríamos ser mejores de lo que en realidad somos. Todos tenemos potencialidades sin usar o sin desarrollar plenamente. En realidad, muchos de nosotros esquivamos las vocaciones (llamada, destino, tarea o misión en la vida) sugeridas por nuestra constitución. Tendemos a rehuir las responsabilidades dictadas (o más bien insinuadas) por la naturaleza, el destino, incluso a veces por accidente, tal como Jonás intentó —en vano— escapar de su destino.

 Tememos a nuestras máximas posibilidades (así como a las más bajas). Por lo general nos asusta llegar a ser aquello que vislumbramos en nuestros mejores momentos, en las condiciones más perfectas y de mayor coraje. Gozamos e incluso nos estremecemos ante las divinas posibilidades que descubrimos en nosotros en tales momentos cumbre, pero al mismo tiempo temblamos de debilidad, pavor y miedo ante esas mismas posibilidades.

Todavía he tropezado con otro proceso psicológico en mis exploraciones sobre el fracaso en la realización del yo. Esta evasión del crecimiento puede generarse a causa del miedo a la paranoia, algo que ya se ha dicho en un lenguaje más universal. Las leyendas prometéicas y fáusticas están presentes en prácticamente todas las culturas. Los griegos, por ejemplo, lo denominaron miedo a "hybris" (orgullo desmesurado, soberbia desmedida). También se lo ha calificado de «orgullo pecaminoso», lo que es por cierto un problema humano permanente. Quien se dice: “Sí, seré un gran filósofo, reescribiré a Platón y lo haré mejor” debe, tarde o temprano, quedar anonadado ante su propia ambición y arrogancia. Especialmente en sus momentos de debilidad se dirá: “¿Quién? ¿Yo?” y pensará que todo eso no es más que una loca fantasía o temerá incluso que sea un delirio. Al comparar el conocimiento que tiene de su yo íntimo, con todas sus debilidades, vacilaciones y defectos, con la imagen brillante, resplandeciente, perfecta y sin tacha que tiene de Platón, se sentirá presuntuoso y rimbombante. (De lo que no se percata es de que cuando Platón hacía examen de conciencia debió de sentirse consigo mismo de igual manera, pero continuó su camino a pesar de todo, superando sus dudas sobre sí mismo.)

Para algunos, esta evasión del crecimiento personal, estableciendo bajos niveles de aspiración, el miedo a hacer aquello que podemos hacer, la auto mutilación voluntaria, la pseudo estupidez y la falsa modestia son, en realidad, defensas contra los delirios de grandeza, la arrogancia, el orgullo pecaminoso, la hybris. Los hay que son incapaces de conseguir una integración elegante de humildad y orgullo, imprescindible para el trabajo creativo. Para inventar o crear es necesario poseer la «arrogancia de la creatividad» que muchos investigadores han señalado. Pero si únicamente se tiene arrogancia sin humildad, entonces se es un paranoico. Debemos ser conscientes no sólo de las posibilidades divinas en nosotros, sino también de las limitaciones humanas existenciales. Hemos de ser capaces de reímos a la vez de nosotros mismos y de toda pretensión humana. Si encontramos divertido al gusano que intenta ser un dios, tal vez nos sea posible continuar en nuestro empeño y ser arrogantes sin temor a la paranoia o a que la desgracia se cierna sobre nosotros. Es una buena técnica.

 Si se me permite, citaré otra técnica semejante que he visto practicar mejor que a nadie a Aldous Huxley, quien ciertamente era un gran hombre en el sentido que he estado precisando, un hombre que sabía aceptar sus talentos y usarlos al máximo, cosa que logró gracias a su perpetuo asombro ante lo interesante y fascinante que era todo, así como a su capacidad de maravillarse como un niño ante el carácter mágico de las cosas, exclamando con frecuencia: «Extraordinario, extraordinario!» Sabía contemplar el mundo con los ojos bien abiertos, con una desenfadada inocencia, con reverencia y fascinación, todo lo cual viene a ser una especie de confesión de pequeñez, una forma de humildad. Pero luego se entregaba con calma y sin miedo a las grandes tareas que se había impuesto.

Por último, remito al lector a un ensayo mío, importante en sí mismo, aunque también como el primero en una posible serie. Su título, «La necesidad de conocer y el miedo al conocimiento», ilustra bien lo que quiero decir acerca de cada uno de los valores intrínsecos o últimos que he denominado Valores-del-Ser. Lo que intento decir es que estos valores últimos, que también considero como las necesidades supremas o meta necesidades, caen, como todas las necesidades básicas, dentro del esquema freudiano fundamental de impulso y defensa frente a éste. Por consiguiente, es ciertamente demostrable que necesitamos la verdad, que la amamos y buscamos. Sin embargo, es igualmente fácil demostrar que al mismo tiempo nos asusta conocer la verdad. Ciertas verdades, por ejemplo, automáticamente acarrean responsabilidades que pueden producir angustia. Un modo de eludir la responsabilidad y la angustia consiste, sencillamente, en evadir la conciencia de la verdad.

 ...me parece que todos debemos hacer las paces con estos impulsos negativos interiores a nosotros mismos. Mi impresión hasta ahora es que el mejor modo de lograrlo es transmutando la envidia, los celos, el presentimiento y la bajeza en admiración humilde, gratitud, aprecio, adoración e incluso reverencia mediante la percepción consciente y la elaboración. Este es el camino hacia los sentimientos de pequeñez, debilidad e indignidad, y hacia la aceptación de esos sentimientos en lugar de la necesidad de proteger, mediante el ataque una autoestima falsamente elevada.

 Me parece obvio, una vez más, que la comprensión de este problema existencial básico debe ayudamos a incorporar los Valores del Ser, no sólo en otros sino también en nosotros mismos, contribuyendo así a solucionar el complejo de Jonás.

 

María Eugenia Márquez León
Lic. en Sociología, Promotora en Desarrollo Humano, Terapeuta Humanista y Transpersonal con Formación en Sabiduría Indígena, Númerología Tántrica y Astrología Evolutiva, Moon Mother®️ Nivel 2, Tejedora de círculos de mujeres, Consultora en Desarrollo Organizacional y Coach Ejecutivo